viernes, 12 de marzo de 2021

Richard Levins. Sobre las Tesis XI

 "Los filósofos han tratado de entender el mundo. El punto, sin embargo, es cambiarlo"

Karl Marx, Tesis XI sobre Ludwig Feuerbach

Richard Levins

Cuando era un muchacho siempre asumí que crecería para ser, al mismo tiempo, científico y de izquierda. Más que enfrentar el problema de combinar la militancia y la academia, he tenido mucha dificultad tratando de separarlas.
Antes de que pudiese leer mi abuelo me leyó Ciencia e historia para niñas y niños del Obispo Brown, “El Malo”, un obispo luterano que fue excomulgado por convertirse al marxismo. Mi abuelo creía que, como mínimo, todo trabajador socialista debería estar familiarizado con la cosmología, la evolución y la historia. Nunca separé la historia, de la que participamos activamente, de la ciencia, de la búsqueda de cómo son las cosas. Mi familia ya había roto con la religión hacía más de cinco generaciones, pero mi padre se sentaba conmigo cada viernes por la noche para estudiar la Biblia, porque era una parte importante de la cultura circundante e importante para muchas personas. Un relato fascinante sobre cómo las ideas se desarrollan en condiciones cambiantes, y porque todo ateo debería conocerlo tan bien como los creyentes.
En mi primer día de primaria mi abuela me pidió que aprendiera todo lo que pudieran enseñarme, pero que no me lo creyera de ninguna manera. Ella era muy consciente de la "ciencia racial" de la Alemania de los años 30 y las justificaciones para la eugenesia y la supremacía masculina, que eran muy populares en nuestro propio país. Su actitud vino tanto del conocimiento de los usos de la ciencia para obtener poder y ganancia, como de la desconfianza genérica de un trabajador hacia los gobernantes. Su consejo formó mi posición para la vida académica: conscientemente dentro de la universidad, pero no propiedad de ella. Crecí en un barrio de izquierda de Brooklyn donde las escuelas estaban vacías cada Primero de mayo y en donde conocí a mi primer republicano recién a los doce años. Cuestiones relacionadas con la ciencia, la política y la cultura fueron debatidas permanentemente en grupos, en el paseo marítimo de Brighton Beach, siendo la esencia de la conversación en las comidas. El compromiso político estaba asumido y cómo actuar en función de ese compromiso era un debate candente.
Cada sociedad crea sus propias maneras de relacionarse con el resto de la naturaleza, su propio patrón de uso de la tierra, su propia tecnología acorde a su realidad y sus propios criterios de eficiencia.
Como adolescente me fui interesando en la genética a través de mi fascinación por la obra del científico soviético Trofim Lysenko. Finalmente, su enfoque resultó estar terriblemente equivocado, especialmente por tratar de llegar a conclusiones biológicas a partir de principios filosóficos. Sin embargo, su crítica a la genética de su tiempo me dirigió hacia el trabajo de Waddington, Schmalhausen y otros que no lo desacreditaban simplemente a causa de la Guerra fría, sino que tuvieron que responder a su desafío desarrollando una visión más profunda de la interacción organismo-ambiente.
Mi esposa, Rosario Morales, me llevó a Puerto Rico en 1951, y los once años que viví allí me dieron una clara perspectiva política latinoamericana. Los diversos triunfos de la izquierda en América del Sur fueron una fuente de optimismo, incluso en esos tiempos sombríos. La vigilancia del FBI en Puerto Rico bloqueó todas las opciones de trabajo que estaba buscando y para vivir terminé cultivando hortalizas en las montañas occidentales de la isla.
Como estudiante en la Escuela de Agricultura de la Universidad de Cornell, me habían enseñado que el principal problema agrícola de los Estados Unidos era el manejo del excedente agrícola. Pero como agricultor en una región pobre de Puerto Rico vi la importancia de la agricultura para la vida del pueblo. Esa experiencia me llevó a la realidad de la pobreza (que socava la salud, acorta las vidas y cierra las opciones, entorpeciendo el crecimiento personal), y a las formas específicas que el sexismo toma entre los pobres rurales. La organización directa del trabajo en las plantaciones de café se combinó con el estudio. Rosario y yo escribimos el programa agrario del Partido Comunista Puertorriqueño, en el que combinamos un análisis económico y social bastante aficionado con algunas ideas de primera mano sobre los métodos de producción ecológica, la diversificación, la conservación y las cooperativas.
Cuando conocí el materialismo dialéctico, en mi adolescencia, lo hice a través de los escritos de los científicos marxistas británicos John Burdon Sanderson Haldane, John Desmond Bernal, Joseph Needham y otros. Con posterioridad lo hice a través de Marx y Engels.
La primera vez que fui a Cuba fue en 1964. Lo hice para ayudar a desarrollar el área de genética de poblaciones y para echar un vistazo a la Revolución Cubana. A lo largo de los años me involucré en la lucha cubana por una agricultura ecológica, en el camino hacia un sendero ecológico de desarrollo económico justo, igualitario y sostenible. El pensamiento progresista, tan poderoso en la tradición socialista, postulaba que los países en vías de desarrollo tenían que alcanzar a los países avanzados a lo largo de una única ruta: la modernización. Desestimaba así como “idealistas” a los críticos de la senda de la “alta tecnología” de la agricultura industrial, como sentimentalistas urbanos nostálgicos por una bucólica edad de oro rural que en realidad jamás existió. Sin embargo, la visión era otra: que cada sociedad crea sus propias maneras de relacionarse con el resto de la naturaleza, su propio patrón de uso de la tierra, su propia tecnología acorde a su realidad y sus propios criterios de eficiencia. Esta discusión finalmente se produjo en Cuba en la década de 1970, y para la década de 1980 el modelo ecológico prácticamente había ganado la pulseada, aunque la implementación aún debía recorrer un largo proceso. El Período especial, ese momento de crisis económica luego del colapso de la Unión Soviética, cuando los materiales para la alta tecnología ya no estuvieron disponibles, permitió a los ecologistas por convicción reclutar a los ecologistas por necesidad. Esto sólo fue posible porque los ecologistas por convicción habían preparado el camino.
Cuando conocí por primera vez el materialismo dialéctico, en mi temprana adolescencia, lo hice a través de los escritos de los científicos marxistas británicos John Burdon Sanderson Haldane, John Desmond Bernal, Joseph Needham y otros. Solo con posterioridad lo hice a través de Marx y Engels. Inmediatamente captaron mi interés tanto intelectual como estéticamente. Una visión dialéctica de la naturaleza y de la sociedad ha sido, desde entonces, un tema central en mi investigación.
Me he deleitado con el énfasis dialéctico en la totalidad, la conexión y el contexto, el cambio, la historicidad, la contradicción, la irregularidad, la asimetría y la multiplicidad de niveles de fenómenos, un contrapeso refrescante al reduccionismo prevaleciente entonces y ahora.
Un ejemplo: luego de que Rosario me sugiriera mirar a la Drosophila, frecuentemente conocida como “mosca de la fruta”, en la naturaleza (y no sólo en los tubos de ensayo del laboratorio) comencé a trabajar con la Drosophila en el vecindario de nuestra casa en Puerto Rico. Mi pregunta era: ¿cómo la Drosophila hace frente a los gradientes temporales y espaciales de sus ambientes? Empecé a examinar las múltiples formas en que las diferentes especies de Drosophila respondieron a desafíos ambientales similares. En un solo día podía recolectar Drosophilas en los desiertos de Gúanica y en el bosque lluvioso alrededor de nuestra chacra en la cima de la cordillera. Resulta que algunas especies se adaptan fisiológicamente a altas temperaturas en dos o tres días. Por eso muestran relativamente pocas diferencias genéticas en función de la tolerancia al calor a lo largo de un gradiente de altitud de 900 metros. Otras tenían subpoblaciones genéticamente distintas en diferentes hábitats. Incluso otras estaban adaptadas y habitaban sólo una parte del rango ambiental disponible.
La pobreza y la opresión cuestan años de vida y salud, reduce los horizontes y elimina los talentos potenciales antes de que puedan florecer.
Una de las especies de Drosophila del desierto no era mejor tolerando el calor que algunas especies de la selva tropical, pero era mucho mejor su habilidad para encontrar micrositios húmedos, frescos y esconderse en ellos después de las 8:00 am. Estos descubrimientos me llevaron a describir los conceptos de selección en cogradiente, donde el impacto directo del medioambiente mejora las diferencias genéticas entre las poblaciones, y en selección en contragradiente, donde las diferencias genéticas compensan el impacto directo del medioambiente. Ya que en mi transecta, el trayecto en el cual realicé mis observaciones, la alta temperatura estaba asociada a condiciones secas, la selección natural actuó para aumentar el tamaño de las moscas en Guánica mientras que el efecto de la temperatura en el desarrollo las hizo más pequeñas. El resultado resultó ser que las moscas del desierto al nivel del mar y de la selva tropical eran aproximadamente del mismo tamaño en sus propios hábitats, pero las moscas de Guánica eran más grandes cuando se criaban a la misma temperatura que en la selva tropical.
En este trabajo cuestioné el sesgo reduccionista predominante en la biología al insistir con que los fenómenos tienen lugar a diferentes niveles, cada uno con sus propias leyes, pero al mismo tiempo están conectados. Mi sesgo era dialéctico: la interacción entre las adaptaciones se dan a nivel fisiológico, conductual y genético. Mi preferencia por el proceso, la variabilidad y el cambio estableció la agenda de mi tesis.
El problema era cómo las especies pueden adaptarse a un ambiente cuando el ambiente no siempre es el mismo. Cuando empecé mi trabajo de tesis me sorprendió la facilidad con que se enunciaba el supuesto de que, frente a exigencias opuestas, por ejemplo cuando el ambiente favorece a un menor tamaño una parte del tiempo y a un gran tamaño el resto, el organismo tendría que adoptar algún estado intermedio. Pero esta es una aplicación irreflexiva del “sedante liberal” que dice que cuando hay puntos de vista opuestos la verdad se encuentra en algún punto medio. En mi disertación, el estudio de la eficacia biológica fue el intento de examinar cuándo una posición intermedia es verdaderamente óptima y cuándo es la peor elección posible. La respuesta corta resultó ser que cuando las alternativas no son muy diferentes, una posición intermedia es realmente óptima, pero cuando éstas son muy diferentes, en comparación con el rango de tolerancia de la especie, entonces solo un extremo o en algunos casos una mezcla de los extremos es preferible.
La expectativa desarrollista de que el crecimiento económico llevará al resto del mundo a la opulencia y a la eliminación de las enfermedades infecciosas se está probando como errónea.
El trabajo con la selección natural en genética de poblaciones casi siempre asume un ambiente constante, pero a mí me interesaba su variabilidad. Propuse que la "variación ambiental" debe ser una respuesta a muchas cuestiones relacionadas con la ecología evolutiva y que los organismos se adaptan no sólo a características ambientales específicas tales como suelos de alta temperatura o alcalinos, sino también al patrón del ambiente -su variabilidad, su incertidumbre- y las correlaciones entre los diferentes aspectos del medioambiente. Además, estos patrones del ambiente no están simplemente dados, siendo “externos” al organismo: los organismos seleccionan, transforman y definen sus propios ambientes.
Independientemente del asunto particular de una investigación (ecología evolutiva, agricultura o, más recientemente, salud pública), mi interés básico ha sido siempre la comprensión de la dinámica de sistemas complejos. Además, mi compromiso político requiere que cuestione la relevancia de mi trabajo. Bertolt Brecht, en uno de sus poemas, dice: “Realmente vivimos en un tiempo terrible ... cuando hablar de árboles es casi un crimen porque es una especie de silencio sobre la injusticia”. Brecht estaba por supuesto equivocado sobre los árboles: hoy en día cuando hablamos de árboles no estamos ignorando la injusticia. Pero también tenía razón en que la erudición que es indiferente al sufrimiento humano es inmoral.
La pobreza y la opresión cuestan años de vida y salud.

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